Duque y la ciencia ficción

Duque afirmó hace algún tiempo que es "muy malo para ver ciencia ficción". Después de escuchar su última intervención en la ONU, debo decir que no le creo ni pío. El presidente de la sociedad democrática conocida como Colombia (a propósito del género) es un creador incipiente, pero prometedor de la narrativa Sci-Fi. Según lo veo, se ha decantado por las utopías. 

Breve repaso: recordemos que la ciencia ficción, palabras más, palabras menos, trata de mundos posibles ambientados en un futuro usualmente muy lejano o algún otro tiempo -presente o pasado- donde la evolución de las cosas fue distinta a la que conocemos y resultó en un universo o mundo radicalmente distinto al nuestro. Todo esto con base en teorías científicas o sociales de la actualidad. Asimov, por ejemplo, nos convierte en entidades extracorpóreas millones de años en el futuro; Bradbury nos despierta en un mundo pos-apocalíptico de barbarie y miseria, Carlos Holmes hace algo parecido en las calles bogotanas y Duque, creciente genio de esta literatura, nos deleita con el paraíso de Polombia. 

El relato nos lleva a una nación fraterna, en paz, llena de paz y oportunidades donde las juventudes crecen en paisajes sin fracking ni deudas con el ICETEX. En este idílico tropo, las abejas y flores reverberan libres de glifosato y sus ciudadanos superaron hace décadas esos perversos obstáculos para la implementación de la paz. 

Al guitarrista, bailarín, profesional de cabecitas, doctor exprés y escritor promesa no le faltan críticos, como a todo gran artista. Estos desocupados arguyen que su creación literaria es ridícula por publicarse en algo tan serio como un congreso de naciones y, además, constituye un insulto a sus coterráneos al dibujar un país maravilloso sabiendo que salió de una nación como Colombia. Lo que ellos ignoran es la ruptura de la cuarta pared que maneja Duque al dedillo: ¿y si somos nosotros los que nos equivocamos y, realmente, vivimos en esa tierra que él lanzó ante la ONU? 

La magistral trama de Dark palidece ante la revelación que nos participa Duque con su genio creador: vimos miseria, masacres, mediocridad y otros monstruos y de repente, cuando escuchamos al literato de la Casa de Nariño, nos damos cuenta que somos un mundo posible que no existe, somos una desviación cuántica neochavista y el mundo real está allí, en el discurso del que resulta ser el presidente de esa nueva nación.

Iván presenta un país que sus detractores creen imaginario y, acto seguido, nos abre la ojos para ver la epifanía de Polombia: nos abre la mente antes de cerrarla para siempre. Ficción resulta ser lo que le denuncian y su burlada narración se convierte en el referente real, o sea, el oficial. El presidente de Polombia ha creado un nuevo género: la utopía distópica. 

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