Actual - Los ambientalistas apocalípticos
Alguna
vez fui un ambientalista apocalíptico, lo confieso. Gracias a una combinación
de pubertad tardía y universidad pública recién descubierta, acompañaba mis
deseos sanos de reciclar, sembrar y ser económico con el agua con otros
pensamientos no tan sanos como: “nada es suficiente”, “siempre contaminamos”,
“las personas somos el cáncer del planeta”, en fin: una visión totalmente
apocalíptica del cuidado ambiental.
¿Qué
es un ambientalismo apocalíptico? Es una cultura del desastre cubierta de un
precioso ornato de ecología. Es pensar que nunca nada es suficiente en el
cuidado del planeta y eso implica que todo esfuerzo invertido en ello se irá a
la caneca. Pero hay un peligro mayor implicado aquí: si los muchos o pocos que
todavía dedican tiempo a esos pequeños esfuerzos ecológicos (reciclaje,
publicidad, campañas, denuncias, ahorro) llegan a interiorizar esta cultura del
desastre, el desánimo llegará a estos esforzados, la apatía invadirá a los
antaño simpatizantes y continuarán las carcajadas en el silencio de ecocidas
bien reconocidos: titanes corporativos que aniquilan el verde para construir
sus grises y políticos pusilánimes que ya les deben todo antes de posesionarse.
Una
frase de Eduardo Galeano me inquietó bastante años atrás: “La salud del mundo
está hecha un asco. ‘Somos todos responsables’, claman las voces de la alarma
universal, y la generalización absuelve: si somos todos responsables, nadie lo
es”.
Frente
al ecocidio amazónico no se hicieron esperar los comentarios variopintos,
blindados con el anonimato y aguzados por la misantropía. Entre algunos
comentarios balanceados y objetivos emergían como llamas del fin las opiniones
de aquellos que parecían estar esperando la noticia con el único fin de afirmar
su decepción latente: “lo dijimos”, “somos lo peor de este planeta”, “apague y
vámonos”, “todos somos culpables”… Galeano apareció brillante en mi cabeza.
La
ira es apenas natural, claro que sí. El Cielo nos libre de llegar al día donde
un horror de estos nos produzca solo un bostezo. Sin embargo, ¿en realidad
todos somos culpables? ¿No hay esperanza que inspire los esfuerzos por un medio
ambiente más sano? ¿Para qué rayos, pues, la flota de buses eléctricos que
llegó a la sucursal del cielo, o las iniciativas de sembrar árboles para
reforestar la tierra herida de nuestros cerros?
Cada
cosa en su lugar: hay gente buena haciendo cosas buenas para el beneficio del
medio ambiente; y también hay gente mala acabando con la Tierra para su avance
industrial o, simplemente, porque les dio pereza buscar la caneca o cerrar el
grifo. Generalizar en este asunto es un absurdo doble: los buenos esfuerzos
pierden su inspiración y la perversa avanzada de la inconsciencia avanza sin
una condena moral que les detenga.
Mi
propuesta es simple: una cultura ecológica que reconozca los esfuerzos
–pequeños o grandes- para un ambiente sano y condene directamente a los
culpables del deterioro ambiental, sea una multinacional perversa o un
transeúnte inconsciente. Es dejar de echarle en cara al que recicla sus ganas
de comer carne de res; o al que ahorra agua, algunas de sus camisetas de
algodón. Es informar adecuadamente sobre candidatos de iniciativas ecológicas
concretas o, en su defecto, libres de acusaciones contra el medio ambiente.
El planeta puede brindarnos sus riquezas y
nosotros brindarle el cuidado que merece, no es tan difícil. Algunos lo llaman:
desarrollo sostenible. Hasta no vivir en una cultura ecológica realista y
concreta seguiremos consumiendo el pesimismo general, desvalorizando la
consciencia ecológica y escuchando cómo ríen, en el anonimato, aquellos
culpables con nombre propio.
David Amaretto.
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