Extrañaré la cuarentena


Una sinergia llena de azúcar se acomoda alrededor de las redes y las videoconferencias que exaltan, como club de abuelitos, los antiguos hábitos del día a día pre-cuarentena. Se quiebran las voces anhelando los abrazos, se cristalizan los ojos al recordar las reuniones familiares y la voz más poderosa de la Web es una nostalgia infinita de los valores colombianos: nadie los conoció, pero los extrañan con pasión.

Quise participar, en serio. Dejé de tomar café amargo y traté de enviar nuevos emojis, hacer videos en Tik Tok y demás iniciativas intelectuales para razonar en este marco de afectos y remembranza. No pude. Me pudo más la imagen del transporte masivo llevando de a 3 o 4 sardinas humanoides por metro cuadrado hacia sus lugares de trabajo.

Como docente, intenté pensar en los niños: la alegría del mundo, la esperanza del planeta, la risa mueca de la travesura… pero recordé que tenía que revisar uniformes, velar porque ninguno usara el celular y hacer la pregunta siempre insulsa de las clases: “¿alguien tiene dudas?”.

Ahora no tengo más remedio que confesarlo: extrañaré la cuarentena. Ahora mismo extraño la grasita rostizada y deliciosa de KFC, la puerta siempre abierta de los centros comerciales y de Mercatodo, claro, cómo no. Pero definitivamente abrazo con todo mi cariño este pretexto de escala biológica para no abrazar a nadie. Estoy libre de no sentir la condena social de no dar la mano a un extraño que me quiere vender su producto. También descanso al saber que no  debo tomar de la mano al compañero de trabajo en una actividad integradora, justo después de haberlo visto salir del baño con las manos sospechosamente secas.

No han faltado la buena producción audiovisual: por ahí me prestan Netflix y las vecinas cuentan historias espectaculares de las avispas asiáticas asesinas y de los nietos malagradecidos. Como mucho más balanceado, pues ahora sí hay que hacer almuerzo, no sólo evadirlo con la fritanga cercana al trabajo.

Me verán en KFC, después que esto pase, buscando un pretexto ya inexistente para volver a este día, cuando podía ser un feliz amargado que prepara clases en pantaloneta y se encuentra aislado y perfectamente alimentado.

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