Entre errores y serpientes

La primera vez que aparece la culpa en la historia cristiana de la humanidad es cuando Adán y Eva, apenas cubiertos por el primer overol ecoamigable, están rindiendo testimonio frente al Creador. Y como era de esperarse, la culpa siempre era de otros: "que la mujer que me diste", "que la serpiente que metiste acá", "que los venezolanos", "que la pandemia", en fin. Los seres humanos somos tráfugas desde el inicio de la Biblia.
Con el pasar de los siglos, hemos evolucionado en los formatos y, en este cataclísmico 2020, Colombia ostenta un interesante lugar en el podio de la evasión moral. Aquí no hay delincuentes sino "perseguidos políticos", no existen violadores sino "mujeres provocadoras", no se registraron masacres de campesinos sino "falsos positivos". El sólo uso de este último eufemismo presenta una de las estrategias más poderosas para justificar atrocidades: las conciencias criminales se calman un poco más si se sienten también parte de la equivocación. 
Si todos somos humanos y todos cometemos errores, entonces no hay que buscar culpables porque si todos lo somos, nadie lo es realmente. La culpa es de esa infeliz serpiente que se pone a seducirnos con manzanas, aguacates, chontaduros, reelecciones, coimas, promociones pandémicas, narcotráfico familiar, vuelos a San Andrés  y demás frutos de esta tierra pecaminosa. 
Herederos de Adán y Eva, parece que la demagogia continuará equiparando la culpa con el error. La condena, realmente, no caerá entonces sobre los que "se dejan llevar" sino sobre los que advierten del error de las pobres víctimas de la serpiente. Por eso, los que denuncian van al tribunal y los que recuerdan la ética deben salir de sus cargos ¿Qué se creen estos miserables para acusar los errores de nosotros, seres humanos débiles y pobrecitos?
Así, con la bendición de las tinieblas, se logra eximir de culpa a los culpables con el error universalmente compartido. No hay problema. Reconocer responsabilidades y asumir consecuencias es algo alienígena. Lo nuestro es lo humano, el error, la equivocación y la dulce anestesia del "todos fallan". Siempre habrá una humanidad pusilánime que compadecer y una culebra seductora a quien culpar: "¡mil gracias a la serpiente!", mandan a decir los impunes. 

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